De ilusiones también se vive
Es increíble como el ser humano en su afán de amortiguar el dolor y la añoranza en la distancia, muchas veces comienza a idealizar situaciones y lugares a modo de protegerse emocionalmente. Los que tenemos, no se si la suerte o la desventura de vivir y trabajar en el exterior, tratamos por todos los medios de mantener en la retina todo aquello que dejamos y amamos profundamente.
Es admirable como con sólo cerrar los ojos podemos ver como una película, tan real, los rostros de nuestros seres queridos, nuestras casas, hasta oímos el cantar de los pájaros y el ladrido de los perros en la distancia. Los recuerdos se convierten en una especie de alimento emocional, espiritual que nos fortalece hasta el ansiado momento del retorno.
Para mi, ese momento llegó hace escasos cuarenta días en que con el corazón latiendo a todo dar, vi desde la altura el verde inconfundible de nuestras campiñas, el rojo de la tierra del este y el sol brillar sobre nuestro país. Todo era alegría en mi corazón hasta que el avión aterrizo y tuve contacto con la cruel realidad.
Todo seguía igual en muchos aspectos y en otros peor. Mi primer impacto, el aeropuerto Silvio Pettirosi, descuidado, desorganizado, con aspecto de sucio y muestra de desidia. Al salir, sólo a pocos metros del aeropuerto, basuras por doquier, perros flacos sin dueños, recorriendo las calles, verdaderos peligros porque ni siquiera comen, que menos será tener vacunas.
Las calles todas rotas, llenas de carteles de propagandas políticas, poluyendo el ambiente. Los niños en los semáforos pidiendo limosna. Los hombres grandes, con fuerza de trabajo, vendiendo caramelitos. Mi corazón comenzó a latir cada vez más lento, parecía que la tristeza de haber bajado de mi nube de ilusiones, quería detener mi motor.
En el transcurrir de los días, al escuchar las noticias, leer los diarios y ver la tele me di cuenta que lo peor todavía no lo había asimilado. Los ricos y ladrones seguían vivitos y coleando. Libres de todo pudor haciendo de las suyas y con apoyo total de la justicia. Los jóvenes tristes y sin esperanza bajando la cabeza ante estos ignorantes que sustentan el poder por conseguir un miserable mal pagado trabajo.
Los ancianos desprotegidos en todo sentido. Sin salud, sin apoyo financiero, sin techo muchos de ellos. Los niños, sin padres en un alto porcentaje, porque los mismos tuvieron que salir del país, así como yo tuve que dejar a los míos. Algunos, sin la suerte de poder volver y retornar al país emigrado por falta de documentos. Y me pregunté más de mil veces con lágrimas en los ojos. ¿Hasta cuando? ¿Porque permitimos que un grupo insignificante, amañado y tramposo tenga la ultima palabra sobre la vida de más de cinco millones de paraguayos y paraguayas? ¿Será que no nos sentimos capaces de ponerle un alto a tanto desorden, descontrol y falta de auto estima para doblegarnos como mansos corderos en manos de estos mata ilusiones del pueblo?
Así transcurrieron mis días que con tantas ansias había esperado llegar. Ya de regreso al aeropuerto para volverme a embarcar pensé y desee con fervor que el año que viene a mi regreso nuevamente, las cosas ya fueran diferentes en mi amada tierra. Pedí desde lo más profundo del corazón a nuestro Dios bueno y generoso que permita sucedan los cambios y evite que nuestro país siga sumido en manos equivocadas.
Ya sentado en el avión y sintiéndolo carretear, respiré profundo y con los ojos humedecidos por las lágrimas inatajables, volví a mirar las casas, los árboles que cada vez eran más pequeños por la altura, y me dije.... "Los paraguayos somos fuertes, venimos de sangre Guaraní, sangre guerrera y así como luchamos en la Triple Alianza, así vamos a volver a luchar por la libertad democrática de nuestro Paraguay" No vamos a permitir que nadie mate nuestras ilusiones de un mejor país y menos esta gente, que de paraguayos solo tienen el certificado de nacimiento, porque de amor a su tierra y su gente no tienen una pizca.
Articulo publicado por Francisco Segovia Silva en Abc Color
Publicada: 16/04/2008
Es increíble como el ser humano en su afán de amortiguar el dolor y la añoranza en la distancia, muchas veces comienza a idealizar situaciones y lugares a modo de protegerse emocionalmente. Los que tenemos, no se si la suerte o la desventura de vivir y trabajar en el exterior, tratamos por todos los medios de mantener en la retina todo aquello que dejamos y amamos profundamente.
Es admirable como con sólo cerrar los ojos podemos ver como una película, tan real, los rostros de nuestros seres queridos, nuestras casas, hasta oímos el cantar de los pájaros y el ladrido de los perros en la distancia. Los recuerdos se convierten en una especie de alimento emocional, espiritual que nos fortalece hasta el ansiado momento del retorno.
Para mi, ese momento llegó hace escasos cuarenta días en que con el corazón latiendo a todo dar, vi desde la altura el verde inconfundible de nuestras campiñas, el rojo de la tierra del este y el sol brillar sobre nuestro país. Todo era alegría en mi corazón hasta que el avión aterrizo y tuve contacto con la cruel realidad.
Todo seguía igual en muchos aspectos y en otros peor. Mi primer impacto, el aeropuerto Silvio Pettirosi, descuidado, desorganizado, con aspecto de sucio y muestra de desidia. Al salir, sólo a pocos metros del aeropuerto, basuras por doquier, perros flacos sin dueños, recorriendo las calles, verdaderos peligros porque ni siquiera comen, que menos será tener vacunas.
Las calles todas rotas, llenas de carteles de propagandas políticas, poluyendo el ambiente. Los niños en los semáforos pidiendo limosna. Los hombres grandes, con fuerza de trabajo, vendiendo caramelitos. Mi corazón comenzó a latir cada vez más lento, parecía que la tristeza de haber bajado de mi nube de ilusiones, quería detener mi motor.
En el transcurrir de los días, al escuchar las noticias, leer los diarios y ver la tele me di cuenta que lo peor todavía no lo había asimilado. Los ricos y ladrones seguían vivitos y coleando. Libres de todo pudor haciendo de las suyas y con apoyo total de la justicia. Los jóvenes tristes y sin esperanza bajando la cabeza ante estos ignorantes que sustentan el poder por conseguir un miserable mal pagado trabajo.
Los ancianos desprotegidos en todo sentido. Sin salud, sin apoyo financiero, sin techo muchos de ellos. Los niños, sin padres en un alto porcentaje, porque los mismos tuvieron que salir del país, así como yo tuve que dejar a los míos. Algunos, sin la suerte de poder volver y retornar al país emigrado por falta de documentos. Y me pregunté más de mil veces con lágrimas en los ojos. ¿Hasta cuando? ¿Porque permitimos que un grupo insignificante, amañado y tramposo tenga la ultima palabra sobre la vida de más de cinco millones de paraguayos y paraguayas? ¿Será que no nos sentimos capaces de ponerle un alto a tanto desorden, descontrol y falta de auto estima para doblegarnos como mansos corderos en manos de estos mata ilusiones del pueblo?
Así transcurrieron mis días que con tantas ansias había esperado llegar. Ya de regreso al aeropuerto para volverme a embarcar pensé y desee con fervor que el año que viene a mi regreso nuevamente, las cosas ya fueran diferentes en mi amada tierra. Pedí desde lo más profundo del corazón a nuestro Dios bueno y generoso que permita sucedan los cambios y evite que nuestro país siga sumido en manos equivocadas.
Ya sentado en el avión y sintiéndolo carretear, respiré profundo y con los ojos humedecidos por las lágrimas inatajables, volví a mirar las casas, los árboles que cada vez eran más pequeños por la altura, y me dije.... "Los paraguayos somos fuertes, venimos de sangre Guaraní, sangre guerrera y así como luchamos en la Triple Alianza, así vamos a volver a luchar por la libertad democrática de nuestro Paraguay" No vamos a permitir que nadie mate nuestras ilusiones de un mejor país y menos esta gente, que de paraguayos solo tienen el certificado de nacimiento, porque de amor a su tierra y su gente no tienen una pizca.
Articulo publicado por Francisco Segovia Silva en Abc Color
Publicada: 16/04/2008
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